Es tan inquieto como prudente. No para: enciende el fuego para el asado, empuja una carretilla hacia un corral que está cuesta arriba, lleva dos animales hasta el cerco de enfrente, planifica la construcción de una nueva habitación, carga bandejas con empanadas fritas de una mesa a otra, alimenta el brasero, se detiene un segundo a escuchar la guitarreada, se moja de modo cortés los labios con el vaso que le acercan y sigue trabajando. Todo esto ocurre prácticamente sin que nadie lo advierta. Hasta que alguien se avispa y señala: "Che, el Zurdo no deja de laburar ni un minuto".
La vida de Enrique Rasguido podría haber sido similar a la de sus vecinos de Anfama: criar animales, sembrar alguna parcela, bajar a la ciudad cuando se produce alguna urgencia en la familia, vivir el tiempo lento de la montaña... Es cierto: también realiza estas actividades. Pero a él no lo frenaron ni la distancia ni el aislamiento. A lo largo de los años ha convertido su casa en un punto de referencia para los viajeros. Los fines de semana, los enduristas detienen sus motos frente a la vivienda y ocupan mesas bajo el sol. De la cocina salen empanadas fritas, pizzas, cervezas y platos con queso y dulce.
Durante todo el año, los jinetes que hacen el camino que va de Raco a Tafí del Valle o que recorren las montañas saben que en las habitaciones de la casa hay camas cómodas, sábanas limpias, agua caliente, jabón, champú y hasta crema de enjuague. En lo del "Zurdo" Rasguido la actividad siempre es febril: huéspedes que atender, obras que realizar, animales que cuidar... Y al verlo ir y venir cuesta no preguntarse qué hubiera sido de este hombre si le hubiese tocado nacer lejos del cerro y cerca de la ciudad ¿Habría ido a la Universidad? ¿Tendría un posgrado? ¿Le habría ido bien en los negocios? ¿Hubiese fracasado? ¿No hubiese intentado nada? Quién sabe. Al menos en el cerro de horizontes cortos, aislamiento y pobreza, él ya marcó la diferencia.